Durante años, Paraguay fue visto en los mapas económicos de América Latina como un país discreto, estable, con bajo perfil internacional y lejos de los grandes polos tecnológicos del continente. Sin embargo, a finales de 2025, esa percepción comenzó a cambiar. El anuncio de que una organización multilateral construirá en territorio paraguayo uno de los centros de datos de inteligencia artificial más grandes de América Latina no solo sorprendió a analistas e inversionistas; también confirmó que el mapa regional de la infraestructura digital está siendo redibujado.
La noticia, reportada por El Observador, se inscribe en una tendencia más amplia: la carrera latinoamericana por convertirse en hub de infraestructura tecnológica en un mundo dominado por la IA, el cómputo de alto rendimiento y la economía de datos. Pero el caso paraguayo tiene un significado especial. No se trata de un país con grandes corporaciones tecnológicas locales ni con un ecosistema digital consolidado. Su ventaja está en otro lado: energía abundante, estabilidad relativa y una posición estratégica en una región cada vez más sedienta de cómputo.
El corazón de esta apuesta es la energía. Paraguay es uno de los mayores productores de electricidad limpia de la región gracias a sus represas hidroeléctricas, particularmente Itaipú. En un momento histórico donde los centros de datos consumen tanta energía como ciudades completas y donde la huella ambiental de la inteligencia artificial es motivo de debate global, este factor se vuelve decisivo. Para los operadores de infraestructura de IA, garantizar electricidad constante, barata y renovable ya no es un valor agregado: es una condición básica de viabilidad. Paraguay, en ese sentido, ofrece algo que muchos países más grandes no pueden asegurar con la misma estabilidad.
La construcción de un centro de datos de esta magnitud transforma de inmediato la escala del país en el tablero regional. No se trata solo de un edificio lleno de servidores. Implica redes de fibra óptica, sistemas avanzados de refrigeración, protocolos de ciberseguridad, contratos energéticos de largo plazo y una logística capaz de operar 24 horas al día sin interrupciones. En términos prácticos, significa que Paraguay se inserta directamente en la economía global del cómputo, convirtiéndose en proveedor de infraestructura crítica para empresas, gobiernos y plataformas que dependen de la IA.
Este movimiento también confirma una realidad que se ha vuelto cada vez más evidente en 2025: la infraestructura digital ya no se concentra únicamente en las economías más grandes. La expansión de la inteligencia artificial está empujando a los inversionistas a buscar territorios con condiciones específicas, incluso si no son potencias tecnológicas tradicionales. La lógica es clara: donde hay energía, estabilidad y marcos regulatorios previsibles, hay oportunidad para el cómputo.
Para América Latina, el caso de Paraguay funciona como un espejo incómodo y revelador. Durante décadas, el liderazgo tecnológico regional se concentró en países como Brasil, México, Chile o Argentina. Hoy, sin desplazar a esos actores, emergen nuevos nodos que aprovechan ventajas comparativas distintas. La región deja de organizarse solo por tamaño de mercado y comienza a hacerlo por capacidad infraestructural. En ese nuevo orden, un país pequeño puede jugar un papel desproporcionadamente grande si entiende las reglas del juego.
El impacto potencial para Paraguay va más allá de la inversión inicial. Un centro de datos de esta escala puede detonar empleo especializado, formación técnica, atracción de proveedores, desarrollo de talento local y modernización de sectores enteros. También puede convertirse en ancla para universidades, centros de investigación y startups que busquen proximidad al cómputo. Sin embargo, el reto es igual de grande: evitar que la infraestructura funcione como un enclave aislado, desconectado del desarrollo nacional. La historia de América Latina está llena de ejemplos donde grandes proyectos no lograron derramar beneficios de forma amplia.
Desde una perspectiva regional, el anuncio refuerza una tendencia clara: Latinoamérica está dejando de ser solo usuaria de tecnología para convertirse, poco a poco, en anfitriona de su infraestructura. Esto no significa autonomía plena ni soberanía digital completa, pero sí una reducción de la dependencia absoluta de centros ubicados en Estados Unidos o Europa. En un contexto de tensiones geopolíticas, debates sobre datos y regulaciones de IA, contar con infraestructura regional es un activo estratégico.
Para México, el caso paraguayo ofrece varias lecciones. La primera es que el tamaño del mercado no lo es todo. La segunda, que la energía se ha convertido en el nuevo cuello de botella del desarrollo digital. Y la tercera, que la competencia por centros de datos ya no es silenciosa: es una carrera abierta donde cada país debe definir qué ofrece y qué está dispuesto a priorizar. México tiene ventajas claras en conectividad, talento y demanda, pero enfrenta desafíos energéticos que podrían limitar su crecimiento si no se abordan con visión de largo plazo.
En el fondo, la decisión de construir el mayor centro de datos de IA de América Latina en Paraguay revela una verdad incómoda pero necesaria: el futuro digital no se repartirá de manera automática entre los países más grandes, sino entre los más preparados. La inteligencia artificial exige infraestructura, y la infraestructura exige decisiones políticas, económicas y energéticas coherentes.
Paraguay, con este proyecto, da un paso que redefine su papel regional. Pasa de ser un actor periférico a convertirse en una pieza clave de la arquitectura digital latinoamericana. En un continente que busca su lugar en la economía del siglo XXI, el mensaje es claro: la revolución de la IA no solo se programa, también se construye.
Last modified: 14 de diciembre de 2025














