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Fake news: verdades mentirosas

Fake news verdades mentirosas

El uso del término fake news (noticias falsas) se ha venido empleando en un sinnúmero de contextos, que van desde la propaganda y la mercadotecnia, hasta la desacreditación con fines políticos, ideológicos u otros distintos.

Sin embargo, estas “noticias falsas” comparten su origen, es decir, constituyen información fabricada de forma deliberada y publicada con la intención de engañar a una audiencia, haciéndole creer falsedades o dudar de hechos verificables.

La frase también ha sido empleada por algunos actores –políticos principalmente– para contrastar o desacreditar la información, o a los medios de comunicación que presentan o exponen puntos de vista que no concuerdan con sus intereses.

Llamó nuestra atención este término tras las elecciones presidenciales que se desarrollaron en Estados Unidos de América hace un par de años. En esa ocasión, fue Facebook quien recibió las críticas sobre la circulación de fake news en su plataforma.

Y es que a través de los servicios de redes sociales, la desinformación ha encontrado todo un nuevo campo de cultivo para propagarse. Google, Facebook y Twitter constituyen canales globales de comunicación que nacieron con la finalidad de comunicar y acercar a las personas. Empero, su gran número de usuarios representa un semillero para que las campañas de desinformación se esparzan de manera veloz.

Las fake news constituyen una categoría dentro de la desinformación, la cual comprende:

  • Contenido falso, inexacto o engañoso
  • Información diseñada, presentada y promocionada para causar daño público o con fines de lucro

En el caso de los procesos electorales, como sucedió en Estados Unidos y en México, el problema es el impacto que esta desinformación puede ocasionar en la sociedad y en los procesos democráticos.

La problemática aumenta toda vez que esta desinformación no proviene sólo de actores estatales, sino que puede llegar por parte de actores no estatales, otros con fines de lucro y grupos o ciudadanos actuando de forma independiente.

El profiling y la desinformación: engaño personalizado

Hay dos maneras en que la desinformación se esparce actualmente: la tecnológica y la social. Esta última se encuentra asociada con las redes de confianza y las creencias que construimos en estos grupos o comunidades virtuales, a las que llamamos redes sociales.

Respecto al factor tecnológico, debemos considerar lo siguiente. La datificación en bits permite que nuestra información pueda ser utilizada y reutilizada para optimizar la personalización de las plataformas o servicios.

Es decir, como consecuencia de toda la información personal que diariamente compartimos en línea, las empresas conocen nuestros gustos, hábitos, preferencias, miedos y un gran número de rasgos de nuestra personalidad.

Este perfilamiento (profiling) para influenciar nuestros hábitos de consumo ha traído ganancias a las empresas, por lo que era cuestión de tiempo para que estas herramientas fueran empleadas con el propósito de diseñar campañas masivas de desinformación personificadas, dirigidas a los usuarios, para crear ciudadanos ad hoc con alguna preferencia o en contra de algún sistema o ideología.  

En su libro Being Digital (1995), Nicholas Negroponte nos planteó imaginar un futuro en el que nuestro “agente de interfaz” pudiera grabar todas las noticias y leer todos los periódicos, captando la totalidad de las señales de televisión y radio del planeta, y a partir de ahí conformar un sumario personalizado de la información que fuera acorde a nuestros intereses. A esta idea le llamó el “Diario Yo”. El autor consideró que nuestros intereses particulares desempeñarían un papel más importante sobre los contenidos.

La idea de crear un universo único de información para cada uno de nosotros también tiene implicaciones sobre el manejo de la desinformación y, a su vez, las prácticas de desinformación selectiva repercuten en nuestra conducta. El envío de la desinformación dirigida que se basa en nuestros rasgos de personalidad puede traer efectos trascendentales en nuestra libertad de expresión, opinión y elección, con su respectivo impacto en la toma de decisiones.

Así, recibimos y tenemos a la mano información ideológicamente alineada, pero no sabremos si es cierta o falsa al no contar con un panorama completo con el cual contrastarla.

Esta manera automatizada de decidir, basada en algoritmos (especialmente en las plataformas de internet), influye en nuestra percepción de la realidad, creando burbujas filtro en las que recibimos fragmentos de información o información falsa y engañosa, que confirman nuestras propias opiniones y coinciden con nuestro perfil, lo que puede limitar la diversidad del contenido y, por tanto, afectar el discurso democrático, la mentalidad abierta y una esfera pública saludable.

Nuestra corresponsabilidad en la “viralización”

Como usuarios, nos estamos acostumbrando cada vez más a un mundo de interacciones instantáneas, volviéndonos cazadores de likes. Queremos información rápida, aunque ignoremos si proviene de una fuente certera o confiable. Y en ocasiones no verificamos. No importa, siempre que nuestro muro, blog o perfil sea el más visto o tenga más interacciones.

Ese deseo de tener breaking news en nuestras redes o de una respuesta rápida puede superar la necesidad de estar seguros de la veracidad del contenido; lo replicamos y multiplicamos casi instantáneamente, ayudando a las campañas de desinformación, la cual es una seria amenaza a nuestro estilo de vida en línea, a ese nuevo espacio público que hemos construido juntos.

Ahora bien, como ciudadanos digitales tenemos que cuestionar nuestros deberes y obligaciones respecto a la información que compartimos. Por eso promovamos la alfabetización mediática e informativa para contrarrestar la desinformación. Cuidémonos de los contenidos sospechosos: cuestionemos, busquemos, contrastemos.

Después de todo, en eso consiste nuestro derecho humano de acceso a la misma. Sumemos a esto nuestro pensamiento crítico; eduquémonos para cuestionar y empoderémonos buscando la verdad.

En el combate a la desinformación no existen soluciones simplistas. Pero cualquier forma de censura, ya sea pública o privada, debe evitarse claramente. También hay que evitar la fragmentación de internet o cualquier consecuencia nociva para su funcionamiento técnico.

Nuestro interés tiene que enfocarse en construir un internet seguro y resiliente, en el cual podamos ejercer nuestros Derechos Humanos de forma responsable y sin intimidaciones, censuras, vigilancia o intromisiones arbitrarias.

Con información oportuna, veraz y certeza debe atacarse la desinformación, no mediante acciones controladas por los gobiernos o en manos de particulares, sino a través de una gobernanza para debatir estos problemas, en donde cada uno de los actores identifiquemos y asumamos nuestros roles a fin de aportar soluciones. Mientras eso sucede, empecemos por generar una resiliencia social a la desinformación.

 

 

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