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Sin confianza no hay soluciones
Sin confianza no hay soluciones

Sin confianza no hay soluciones

La confianza es algo que va construyendo cada persona, que evoluciona según la experiencia de la vida y que culmina con un sentido interpersonal en círculos íntimos de familia, amigos y sociedad hasta convertirnos, como definió Aristóteles, en ese animal político que todos y todas llevamos dentro. Crece y se fortalece cuando funcionan la relación y la convivencia, pero cuando se rompe (por muy diferentes motivos) entramos en la esfera del conflicto. 

Cuando rompemos la equidad, los derechos básicos y la imparcialidad o cuando se da el abuso de poder o convertimos las políticas sociales en herramientas de discriminación, como ocurre ahora, traicionamos los principios de la confianza. Es por ello que nadie con sensatez puede entender que se esté utilizando el COVID-19 como arma arrojadiza para debilitar al que busca soluciones o que empiecen a sonar bocinas del conservadurismo con fuerza cuando se intenta mejorar la educación para establecer equilibrios y eliminar privilegios.

Hace una década, con la crisis financiera, el economista del Banco Mundial, Steve Knack, afirmó que la diferencia de renta por habitante entre los países estaba directamente relacionada con el nivel de confianza institucional. Concluía, además, que era una de las causas que podía llevar a la generación de lo que se conoce como Estado fallido. Ejemplos hay tantos y por diferentes motivos que no merece la pena citar. En este mundo globalizado, nos hemos dedicado mucho al tráfico de mercancías, de personas e inversiones, pero hemos descuidado el dedicar un tiempo a desarrollar confianza.

A la confianza la hemos convertido en algo vacío de contenido cuando se trata de un elemento esencial; lo estamos viviendo ahora con el proceso de las vacunas. No podemos obligar a nadie a que se vacune, pero si tuviésemos más confianza en el Sistema Sanitario tampoco haría falta. La confianza roza la creencia, los impulsos y las emociones porque todas ellas son producto de esa configuración del ser. Asimismo, influyen en la confianza las motivaciones, el optimismo y las expectativas. Sin embargo, poco espacio dejamos a la ciencia y su peso en la confianza. Es como si a la ciencia la encerrásemos en algo oculto, un lugar reservado, sin abrirla a los cuatro vientos. 

Mucho de ello tiene que ver con la protección de datos y los secretos comerciales, y es por ello una agradable sorpresa que la Agencia Europea del Medicamento haya decidido que la reunión con los científicos de las vacunas se va a realizar en una sesión en abierto y por streaming. Es un paso importante para que se pueda vivir el proceso de evaluación y ver el examen de las pruebas, y no tengamos que conformarnos con una fría rueda de prensa en la que nos lo resuman como si el resto de la humanidad fuese un estrato social inferior sometido a los que por superioridad científica deciden por nosotros. No tendremos capacidad de ser miembros examinadores, pero sólo con ver las miradas y expresiones de unos y otros sí podremos ver y observar los niveles que se precisan para superar y obtener el plácet. 

Cuando nos hablan de eficacias del 95% entra la ciencia matemática con sus estadísticas, pero también otras ciencias por los criterios de selección de los sometidos a las pruebas. No hay ciencias exactas cuando tratamos de aplicarlas a los seres humanos. La realidad nos dice que muchas de las decisiones que se han tomado tienen un componente de confianza muy alto, pero siempre queda la interrogante: ¿saldrá bien?

Keynes utilizó el multiplicador de la confianza para aplicarlo con estímulos en el consumo y la inversión. Podría utilizarse para el Sistema de Salud, no sólo para hacerlo más eficiente en su gestión sino para que generara efectos sociales y de confianza. Está claro que cuantas más vacunaciones habrá menos riesgo de contagios; menos riesgo de contagios es más salud y más salud es más vida. Más vida es más confianza en un Sistema de Salud que nos saca de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) social en la que vivimos. 

Lo peor que nos puede pasar es que, por otros motivos ajenos a la salud, que es un valor esencial, nuestra Sanidad se enturbie con otras maniobras de proyección política que pueden ser muy peligrosas por la desconfianza que pueden provocar. La situación que viven las familias, los trabajadores, la sociedad y la economía no se corresponde con la que se vive en los espacios políticos, en los que las acusaciones y ataques desmedidos están agrandando la crisis porque el virus en esos espacios se llama lisa y llanamente lucha por el poder.

Es el momento de que la ciudadanía recuerde que el poder reside en el pueblo y que los representantes están legitimados por un resultado democrático. Nos gusten más o menos los resultados no podemos jugar al trumpismo en la política porque la desconfianza en el sistema nos lleva al riesgo de los estados fallidos. Cuando no fomentamos la confianza entramos en el diagnóstico de Ziblatt y Levitsky, que alertan de los motivos por los que mueren las democracias.

Reconocer los errores es un paso para no avanzar a trompicones y más en situaciones que no podían ser previstas. Los seres humanos siempre han logrado sobreponerse a la adversidad. Salir de esta situación es abandonar las zonas oscuras y vivir a plena luz, con streaming incluido, porque los problemas que nos amenazan están por todas partes. Hay una ciudadanía activa que quiere y no le dejan frente a otra que está manipulada por tormentas que nada tienen que ver con lo que ahora nos jugamos. Es el momento de la confianza porque precisamos respirar aire fresco que le dé más ánimo y sentido al sacrificio que todos estamos haciendo.

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