El término equivale a la expresión en inglés Internet of Things y abreviado, IoT. Se trata de un concepto que se refiere a la interconexión digital de objetos cotidianos con internet. Alternativamente, Internet de las Cosas es el momento en el tiempo en que se conectarían a internet más “cosas u objetos” que personas. Ese momento está a punto de llegar; hagamos que sea para bien.
En el ámbito de los servicios públicos, el IoT puede suponer una nueva era en servicios del sector sanitario, el tráfico o la seguridad, así como otros relacionados con los espacios y vías públicas, lo cual resulta especialmente aplicable a los proyectos de Smart Cities y la clave es el Big Data.
Las enormes posibilidades del Big Data
Se refiere no tanto a “grandes datos”, sino a “muchos datos” y son muchísimos en realidad. Hemos (sobre)pasado el pronóstico de Bill Gates (640 Kilobytes) hasta llegar a hablar de yottabytes, una unidad que equivale nada menos que a 1024 bytes (un cuatrillón).
El Big Data puede tener una gran utilidad en relación con los proyectos Smart City, especialmente en el ámbito de la promoción económica y el emprendimiento. Algunos de esos datos se deben abrir al público (Open Data). En concreto, los datos (demográficos, estadísticos, geográficos, entre otros) que se ponen a disposición de las startups —ese sector empresarial incipiente— pueden anticipar el comportamiento del consumo local a fin de estimular la inversión en nuevos servicios privados.
El caso es que muchas personas han pasado de no contar con PC a usar uno y de tener uno a tener dos (quizás uno más portátil), y de tener un portátil a tener, también, un teléfono móvil. Todo ello “conectado”, claro está. Y luego más móviles y tablets, y ahora (y seguro que no es lo último) todo tipo de relojes y otros dispositivos con sensores, conectados a internet, como los wearables y todos los electrodomésticos modernos, incluidas por supuesto las Smart TV.
El debate sobre la privacidad
Las aplicaciones prácticas de esta tecnología en relación con los proyectos de Smart City son inmensas. En este contexto se plantea, más que nunca, el debate entre información y privacidad, del cual las instituciones han hecho eco.
Ante este supuesto ataque continuo a la privacidad, parece que ha reaccionado el legislador europeo en el Reglamento General de Protección de Datos, para que ésta se tenga en cuenta desde el principio en el diseño mismo de las aplicaciones.
En todo caso, ya en 2014, las autoridades europeas de protección de datos aprobaron el primer Dictamen Conjunto sobre Internet de las Cosas. El documento, cuya elaboración fue liderada por la Agencia Española de Protección de Datos junto con la autoridad francesa CNIL, acoge con satisfacción las perspectivas de beneficios económicos y sociales que puede suponer esta tecnología, pero también identifica y alerta de los riesgos que estos productos y servicios emergentes pueden plantear para la privacidad de las personas, definiendo un marco de responsabilidades.
Saber mucho o ser inteligente
Los servicios inteligentes se basan en la sensorización de los bienes y los espacios públicos, en el Internet de las Cosas (el mobiliario urbano lo integran precisamente “cosas conectadas”), también en la conexión de los dispositivos móviles de los usuarios con el mapa de plazas de aparcamiento disponibles (y si éstas no son gratuitas, que al menos el sistema permita el pago telemático de los minutos exactos que dura el estacionamiento, excluyendo las fracciones de tiempo superiores).
Quizás no tengas conexión a internet en el móvil o quizás sí, pero consume muchos datos o es muy lento. Puede que en tu trayecto de dos paradas te dé tiempo de presentar una solicitud de licencia de obras o apuntarte a bailes de salón. La administración electrónica, la participación 2.0 y los servicios inteligentes no son sino las tres patas de un mismo taburete: la madera del taburete son los datos; IoT e interoperabilidad son el pegamento que mantiene todo unido (o conectado).
In fine, recuerden a Carl Sagan cuando separa acumulación de información de inteligencia. Lo que deben gestionar las administraciones públicas, en la actualidad, no son exactamente datos, sino inteligencia. O dicho de otra manera, la utilización de los datos para una gestión inteligente.