Por Pepe Pulido para Código Espagueti
Definitivamente no es lo mismo ser un vagabundo en la Ciudad de México que en Silicon Valley. The New York Times realizó un reportaje sobre Jake Orta, un veterano de guerra de 56 años que sobrevive con un subsidio del gobierno, pero que vive cerca de la casa del mismísimo Mark Zuckerberg, valuada en 10 millones de dólares.
Un día, Orta decidió hurgar en la basura del fundador de Facebook y encontró tecnología en excelente estado para ser vendida. Por ejemplo, un robot aspiradora, una máquina de café y un iPad. Así, el mendigo asegura su supervivencia ganando entre 30 y 40 dólares diarios, aproximadamente 300 dólares a la semana, es decir, 5,690 pesos mexicanos al momento de escribir esta nota.
Lo cierto es que en California es ilegal hurgar en la basura, pues se supone que el contenido de la misma es propiedad de la compañía encargada de recoger residuos de cada localidad. Sin embargo, rara vez se cumple esta normativa.
El 5% privilegiado
Claro, a mí me parece una genial idea estar recogiendo basura en Estados Unidos, siempre y cuando pudiera gastar esos 300 dólares en México, pero lo cierto es que bajo ninguna circunstancia está bien. Con lo anterior quiero decir que el hecho de que la calidad de vida de los vagabundos aumente gracias a lo que desechan los ricos, sólo demuestra que la brecha económica en el mundo es cada vez más grande.
Por ejemplo, un estudio de Bloomberg realizado en 2017 comprobó que la diferencia entre los sueldos más altos y los más bajos era gigantesca, nada más y nada menos que de 339,000 dólares. Esto significa que la desigualdad en el mundo es extremadamente amplia puesto que el 5% de la población más rica del mundo tiene un ingreso 140 veces mayor que el 5% más pobre.
Sin embargo, el caso de Jake Orta no es el único. Financial Panther publicó un reportaje de investigación en el que afirmaba haber ganado 1,000 dólares con la basura que había encontrado en un edificio de apartamentos de lujo. Y es que esta práctica parece volverse cada vez más común entre los habitantes de San Francisco, aún cuando hay quienes la practican por “puro hobby”.