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Teletrabajo, un peldaño más en la escalera hacia la administración telemática

Teletrabajo, un peldaño más en la escalera hacia la administración telemática

He vivido cinco etapas desde el punto de vista de la modalidad de desempeño de mis funciones dentro del sector público, desde mi ingreso en aquel lejano 1999 (siglo XX): 

  1. Trabajo presencial a través de medios informáticos
  2. Trabajo presencial a través de medios telemáticos
  3. Teletrabajo prepandemia
  4. Teletrabajo pandémico
  5. Teletrabajo postpandemia

Excepto la primera, se puede decir que las otras cuatro son teletrabajo, por lo que parece muy defendible la teoría que dicta que el personal al servicio de cualquier Administración Pública que haya alcanzado el nivel de “electrónica” está teletrabajando, al menos parcialmente y al menos el “personal de oficina” (aunque se encuentre en la oficina) encargado de la tramitación. 

¿Qué es exactamente el teletrabajo?

Sin embargo, para hablar de teletrabajo debemos antes definir qué es. Esta definición pasa por matizar algunos aspectos relativos a la nomenclatura que se utiliza en los diferentes ámbitos (legal, profesional, sindical y social) para referirse a esta modalidad de desempeño. 

¿Son sinónimas las expresiones “trabajo no presencial”, “trabajo a distancia” y “teletrabajo”? Partimos de la premisa de que el trabajo presencial es el que se desarrolla en el centro de trabajo. En consecuencia, el trabajo no presencial es el que se desarrolla en cualquier otro lugar (en casa, en la estación del AVE, en un hotel, etcétera). 

El trabajo a distancia se suele asimilar al no presencial, aunque no es exactamente lo mismo porque, en puridad, las oficinas descentralizadas también estarían a cierta distancia de la sede institucional, si es que se toma este edificio como el punto de referencia para “medir” la distancia del trabajo a distancia. 

En todo caso, parece que la duda queda resuelta en el artículo 2 del Real Decreto-ley 28/2020, del 22 de septiembre, un RDL llamado precisamente “de trabajo a distancia” y que define este como una “forma de organización del trabajo o de realización de la actividad laboral conforme a la cual ésta se presta en el domicilio de la persona trabajadora o en el lugar elegido por ésta, durante su jornada o parte de ella, con carácter regular”. 

Por último, teletrabajo podría entenderse como un término que debe su prefijo “teles” al uso de los medios telemáticos más que a la distancia, por lo que desde esta acepción las personas que desarrollen sus tareas a través de los medios telemáticos serían teletrabajadores, independientemente de donde se hallen. 

Bien es cierto que, sobre todo en el caso del “personal de oficina”, es prácticamente imposible desligar la condición de trabajador a distancia de este concepto de teletrabajo ofimático, salvo que se defienda un anacronismo del tipo de que el trabajador a distancia debe enviar los documentos por correo ordinario o mediante mensajero (o en persona, cuando “le toque” presencial). 

No obstante lo anterior, abogamos por denominar teletrabajo al trabajo realizado en un lugar distinto al centro habitual de trabajo, por ser esta la nomenclatura que, al menos de momento, parece que se ha impuesto en cuanto a su uso social. Recordemos que “las normas deben interpretarse teniendo en cuenta […] la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas” (artículo 3 del Código Civil).

Trabajo pandémico a distancia

Durante el confinamiento tuvimos que teletrabajar. Durante el resto de la pandemia hemos teletrabajado. Es un hecho que el teletrabajo, prácticamente inédito en el sector público hasta marzo de 2020 (salvo alguna valiosa experiencia), arrancó de forma definitiva en una especie de salto sin red que, pese a todo, debemos valorar positivamente. Lo cierto es que, con cada crisis, la Administración Electrónica se vio impulsada. 

No es el primer aviso, aunque evidentemente sí el más serio. Otras situaciones negativas han impulsado en el presente siglo la Administración Electrónica en sus distintas facetas. La crisis de 2008 puso en valor esa vertiente de ahorro burocrático y económico implícita en la tramitación electrónica. 

Por su parte, ante la explosión de los numerosos e indecentes casos de corrupción, se entendió que un buen antídoto era la implantación de un procedimiento trazable, rastreable y por supuesto transparente. Y de repente irrumpe el coronavirus, capaz de colapsar un país que, cogido por sorpresa, se ve obligado a poner a prueba sus recursos del presente y demostrar, ante una adversidad muy real más allá de simulacros, hasta qué punto estaba al menos mínimamente preparado. 

Y no lo estaba, salvo honrosas excepciones que hemos visto más en la privada y menos en la pública porque, de lo contrario, no hubiéramos tenido problemas en teletrabajar (los empleados públicos) y teletramitar (los ciudadanos y otros usuarios). Muchas medidas se han tomado deprisa y a la desesperada, y tras la finalización de la crisis habrá que ver hasta qué punto son válidas y susceptibles de ser consolidadas. 

Pese a todo, la experiencia, insistimos, ha sido positiva. Ahora el reto es consolidar lo nuevo y “bueno”, y desechar de una vez lo viejo y obsoleto. De todas las “modernidades”, quizá la estrella de 2020 haya sido, muy probablemente, el teletrabajo. Sin embargo, somos especialistas en no aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. 

Llevamos más de un siglo con jornadas de siete horas y media al día, y unas treinta y siete y media a la semana. Llevamos un siglo midiendo a los empleados por el fichaje. ¿Realmente eso sigue teniendo sentido? ¿No es más eficiente y mejor para todos exigir unas tareas dentro de unos objetivos y, a cambio, flexibilizar la jornada? En plena Cuarta Revolución Industrial la cabeza de algunos sigue estando en la Segunda: fábricas, horarios, sistemas de fichaje y sueldos rígidos. 

En definitiva, consideramos el teletrabajo pandémico como una experiencia muy válida y sobre todo muy aprovechable. Una experiencia evidentemente improvisada, pero con resultados muy meritorios, donde se ha mantenido (obviamente mujer donde ya había una Administración Electrónica) y donde, siendo sinceros, hemos detectado barbaridades que no se pueden repetir y otros aspectos problemáticos, quizá menos graves, que deberíamos pulir, por ejemplo:

  1. Presentismo telemático, un grave error teniendo en cuenta que no es la primera vez que la administración reproduce el modelo tradicional en un supuesto proceso de Transformación Digital.
  2. Excesiva vinculación a la conciliación y prevención de riesgos. En las sucesivas fases de desconfinamiento se ha puesto el acento en la consideración subjetiva de la persona trabajadora a la hora de mantener o retirar el teletrabajo. De este modo, las personas con obligaciones familiares o las que tienen problemas de salud (los llamados perfiles de riesgo) son las que han mantenido el teletrabajo durante más tiempo. En mi opinión, esto es un error e igualmente puede acentuar otros problemas como los roles de género.
  3. Falta de desarrollo de la Administración Electrónica y de las capacidades digitales, especialmente de los directivos y “grupos A”. De alguna manera que los expertos en cultura organizacional (Xavier Marcet o Carles Ramió, por ejemplo) podrían explicar mejor que yo, ese clasismo informático inverso en el que los jefes no utilizaban el ordenador ha depositado su herencia en la administración actual, convirtiéndose en un clasismo digital (también inverso) en el que queda demostrado que las habilidades digitales más potentes las poseen los grupos de clasificación medios y bajos, siendo los altos cargos unos completos inútiles electrónicos, salvo contadas excepciones. 
  4. Desconexión: el peligro del tecnoestrés y la fatiga laboral.
  5. ¿Quién paga los gastos? Esta pregunta ya se está respondiendo por la normativa, pero habrá que plantearla, casi en cada caso concreto, en términos de razonabilidad. 
  6. Cultura organizativa no preparada (resistencias). 

Resistencias

Detectivas a la caza del teletrabajador, jefazos incapaces no ya de liderar, sino incluso de “mandar” en entornos telemáticos, interesados en el presentismo por distintas razones, horario frente a objetivos, falta de capacidades digitales, resistencia general a los medios telemáticos. La resistencia al cambio que ha caracterizado el ya largo proceso de implantación de la Administración Electrónica se ha reproducido en el proceso de implantación del teletrabajo. 

La parte positiva es que la forma de gestionar ambas resistencias es la misma (porque la resistencia, de hecho, es la misma) y que podemos utilizar la experiencia acumulada en la lidia de los conocidos palos en la rueda de la Transformación Digital. Este es un proceso vivo. De alguna manera, el teletrabajo se ha convertido en un peldaño más en la escalera hacia la administración telemática. 

Ventajas del teletrabajo

Cortesía de Nosoloaytos

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