Cada vez hay más interés por hablar en foros públicos sobre Inteligencia Artificial, Blockchain, Internet de las Cosas y cómputo en la nube; se escudriñan tendencias tecnológicas actuales y se imaginan futuros escenarios, utópicos y distópicos.
Llevar la conversación del ámbito académico o de foros patrocinados por empresas a espacios legislativos y de Administración Pública implica un cambio profundo sobre cómo entendemos las Tecnologías de la Información y cómo inciden en nuestra vida pública. Nuestra relación con la tecnología está cambiando y tenemos muchas preguntas.
En estos espacios no se trata de impulsar la ciencia y el desarrollo tecnológico en ambientes controlados ni de vender o comprar aparatos y sistemas que un grupo de expertos va a utilizar para producir resultados que otro grupo de expertos decidió. Por el contrario, discutir sobre herramientas tecnológicas en el Senado de la República o en un Tribunal Federal sirve para acercar estos temas a más personas con intereses y trayectorias de vida diversas. Es, pues, una forma de ejercer la democracia.
Por un lado, esta conversación cada vez más amplia es resultado de la información disponible y la forma en que las tecnologías funcionan. Por otro, también refleja preocupaciones, falta de confianza y las respuestas que buscamos construir en conjunto para restaurarla.
Hablar del cambio tecnológico actual es un asunto público, ya que a todos nos conciernen las consecuencias que el uso de la tecnología —o la falta de acceso a ella— tiene en nuestras vidas, privadas y públicas. Todos estamos inmersos en las dinámicas económicas y sociales que se transforman, de manera profunda y acelerada, gracias al uso de herramientas sofisticadas que aprovechan datos. Todos somos potenciales ciudadanos digitales.
¿Cómo aprovechar la información disponible?
En la década de los 90, internet significó un parteaguas en la cantidad de datos que generamos e intercambiamos en casi todo el mundo. Personas y organizaciones públicas y privadas han podido aprovechar esta abundancia de información, representada en datos, gracias a las nubes (públicas, privadas e híbridas), pues se trata de plataformas que permiten transmitir, almacenar y procesar información sin necesidad de hacer grandes inversiones en infraestructura informática y así aprovechar servicios especializados como Inteligencia Artificial, analítica de datos, Internet de las Cosas y Blockchain.
Por otro lado, los datos y su uso generalizado tienen consecuencias en la forma en la que interactuamos con otras personas —compartimos información, llegamos a acuerdos, entre otros—, en la oferta de nuevos servicios por los que pagamos con dinero o con datos —movilidad, entretenimiento, consumo de productos, acceso a noticias y participación en nuestras comunidades—, en los procesos internos de las organizaciones públicas y privadas —toma de decisiones, interoperabilidad, evaluación de resultados—. Esta serie de consecuencias, llamada comúnmente Transformación Digital, conlleva oportunidades y riesgos dentro de las organizaciones y en nuestros vínculos con otras personas y nuestras comunidades.
El problema de lo público
La Transformación Digital en el sector público no depende de instalar un aparato nuevo para automatizar procesos manuales y digitalizar la burocracia. Por el contrario, el cambio profundo que pueden provocar las tecnologías exponenciales está en repensar los procesos de las instituciones, pues tampoco se trata de instaurar una “algoritmocracia” y reemplazar con tecnología a las instituciones públicas.
La medida del éxito está en fortalecer lo público, al acercar a los ciudadanos con las instituciones que los representan. Resultados tangibles de esto pueden ser:
- Formas de participación más directas para incidir, colaborar y dar seguimiento a las decisiones que nos conciernen.
- Trámites más sencillos y menos barreras de acceso a los servicios públicos que, a su vez, sirvan para que el dinero público se aproveche donde más se necesita.
- Mecanismos para transparentar decisiones.
Al mismo tiempo, es innegable que el uso de los datos en la vida pública también ha servido como medio para alcanzar fines cuestionables con consecuencias nocivas:
- Manipular decisiones.
- Exacerbar puntos de vista extremos.
- Fragmentar la sociedad y compartimentarla en comunidades homogéneas.
Estos riesgos del cambio tecnológico son algunos síntomas del cuadro agudo de “trastorno de carencia de confianza” (trust deficit disorder) que padece el mundo, al que se refirió el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, en su discurso de bienvenida a la Sesión 73a. de la Asamblea General de la organización en septiembre de 2018. Sin embargo, el problema no es la tecnología, ya que ésta es sólo un medio. Las decisiones siguen estando en manos de individuos: funcionarios y ciudadanos.
Todos somos potenciales ciudadanos digitales y es una buena noticia en la medida en que seamos capaces de concebir las tecnologías digitales como herramientas para ejercer derechos y responsabilidades, así como para restaurar la confianza en nuestras instituciones y aumentar su capacidad para generar condiciones y resultados más equitativos.
No obstante, el tamaño de la oportunidad da cuenta del reto para conectar y desarrollar habilidades digitales. Para lograr esto, podemos revisar tantos ejemplos globales y buenas prácticas como queramos, pero la conclusión muchas veces es la misma: la velocidad de los cambios requiere de un marco regulatorio flexible y dinámico. Lo que no es lo mismo y depende de cada contexto son las brechas de acceso a los beneficios. Debemos hacer visibles las brechas, provocar la colaboración e impulsar condiciones para promover que los beneficios del desarrollo tecnológico no dejen a nadie atrás.
Como conclusión, cuando hablamos de la Transformación Digital del sector público estamos planteando una meta a un proceso de innovación con beneficiarios imaginarios, es decir, los ciudadanos digitales, quienes existirán en la medida en que encuentren medios basados en datos útiles y accesibles para ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones. Los ciudadanos digitales no pueden ser unos pocos; la tecnología debe servir para ampliar el espacio público más allá de nuestro mundo analógico.