El Internet de las Cosas (IoT por sus siglas en inglés) se ha vuelto un concepto habitual para describir la aptitud de diversos dispositivos de uso doméstico al identificarse y vincularse mediante su conexión a alguna red común, incluido internet. Dicha vinculación habilita a los dispositivos para comunicarse entre sí, compartir los datos que recolectan y así procesarlos para volverse más eficientes.
Por ejemplo, esta tecnología permite vincular un sensor en la puerta de una casa con un sistema de transporte como la aplicación Uber para que, cuando alguien salga y cierre la puerta, automáticamente se envíe la solicitud de servicio y el chofer lo esté esperando apenas pise la calle.
Ante los beneficios, no sorprende que estos dispositivos con aptitud de comunicación digital se hayan vuelto relevantes en las tiendas de productos para el hogar, donde es posible encontrar termostatos o focos monitoreados y controlados por aplicaciones web.
Las empresas también aprovecharán cada vez más estos sistemas con el propósito de automatizar sus procesos y ser más eficientes. Sucede, por ejemplo, con el almacén de una tienda que detecta la escasez de un determinado producto y que envía una orden de surtimiento al proveedor, sin necesidad de esperar a que se realicen los inventarios personalizados.
Asimismo, el IoT permitirá a los negocios recabar información sobre los hábitos de consumo del mercado, ayudando a desarrollar estrategias comerciales más sofisticadas.
Así, con el potencial de conexión de los más variados dispositivos y artefactos, se vislumbra una disrupción en industrias tan relevantes para la economía como las de la salud, el transporte y la energía.
En este contexto de desarrollo, a nivel global, se estima que para el año 2020 existan 26,000 millones de dispositivos conectados a internet, de los cuales 200 millones estarán en México.
Hacia un marco regulatorio
Ante el panorama de conectividad que se avecina, es importante que el gobierno y la iniciativa privada colaboren en desarrollar un marco regulatorio que promueva la inversión y mitigue los factores negativos que el IoT conlleva, tales como la intrusión desproporcionada en la privacidad de los usuarios, el tratamiento no autorizado de sus datos personales o la vulneración de la seguridad de sus dispositivos.
En el ámbito de la privacidad, reguladores del Reino Unido han instado a los fabricantes de cámaras web a robustecer su seguridad implementando privacidad por diseño en sus productos.
Este esquema, regulado por primera vez en el recientemente emitido Reglamento General de Protección de Datos de Europa, implica que el dispositivo no pueda activarse hasta que el usuario haya establecido un código de acceso seguro para prevenir intrusiones no autorizadas. Es muy probable que esta solución se adopte por reguladores de otras jurisdicciones y sea replicado en cualquier tipo de dispositivo conectable.
En lo referente a los ataques cibernéticos o hackeos, más allá de robar información o espiar a las personas, éstas pueden poner en riesgo sus vidas, ya que podrían ser víctimas de una manipulación maliciosa de sus datos.
Asimismo, el marco regulatorio deberá brindar certeza jurídica a los potenciales inversionistas. Por ello, el Instituto Federal de Telecomunicaciones jugará un rol central delineando la regulación que establezca condiciones propicias para invertir en IoT, incluyendo la adopción de estándares tecnológicos neutrales y la atribución de bandas de frecuencia del espectro radioeléctrico.
El reto es complejo porque el paradigma de conectividad no comprende un solo tipo de dispositivos, tecnologías o estándares, sino diversas topologías de redes y protocolos, incluyendo Bluetooth, Zigbee, WiFi para redes de área local y, por supuesto, 3G y LTE.
No resta más que advertir sobre la importancia de asesorarse con un abogado experto en Tecnologías de la Información y la Comunicación si se pretende fabricar o comercializar dispositivos interconectados, quien puede orientar diligentemente en los temas legales conducentes.